Un columnista de Infolaft hizo parte del equipo de investigadores de la Fiscalía que atendió el robo de 24.000 millones de pesos del Banco de la República en Valledupar, en 1994.
Por: Daniel Jiménez
El sábado 15 de octubre de 1994 una veintena de individuos ingresó a la sucursal del Banco de la República de Valledupar con un poderoso lanzallamas, gracias a la colaboración del guarda, quien era el responsable principal de la seguridad interna.
El lunes 17 –que era festivo– tras haber hecho un agujero a fuerza de fuego en la puerta de la bóveda de dinero sin emitir, salieron con un botín de 24.072 millones de pesos.
Yo había ingresado a la Fiscalía seis meses atrás, luego de haber trabajado durante varios años como abogado penalista del Departamento de Protección y Seguridad del mismo Banco de la República.
Así que cuando se hizo evidente que las unidades de policía judicial encargadas de la investigación no estaban actuando coordinadamente, resultó conveniente que fuera comisionado por el entonces vicefiscal general Adolfo Salamanca (qepd) para que viajara a la ciudad de Valledupar.
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Volé en un avión de la Policía Nacional en el que iba detenido un mayor implicado en el robo. Una vez allí pude advertir que en efecto los responsables de la Dijin, el CTI y el DAS no compartían entre ellos la información que habían recaudado en desarrollo de sus investigaciones.
Por esta razón, en más de una oportunidad, habían efectuado allanamientos en los mismos lugares y al tiempo, pero desde distintos frentes y sin coordinación previa.
La Dijin estaba especialmente afanada en mostrar resultados, dado que un par de suboficiales de policía –el citado mayor y el jefe de seguridad bancaria de Valledupar– habían resultado implicados.
Esta coordinación se logró y contribuyó al éxito de la investigación judicial, en cuanto a la postre permitió la identificación y captura de la mayoría de los miembros de la banda criminal.
En la caneca de la basura del citado guarda responsable principal de la seguridad interna se había encontrado un papel que decía: “bóveda emitido 20.000 millones; bóveda no emitido 24.072 millones”. Esta información fue determinante para los ladrones.
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Veamos a que se refiere esto: en aquella sucursal había dos bóvedas, una con billetes ya emitidos, en la que se encontraban los billetes organizados por denominación, pero no por número de serie, dado que en la práctica opera como caja de canje de los bancos de la región.
Y otra con billetes no emitidos; es decir, que no habían salido a circulación y estaban organizados por denominación y por número de serie, dado que recién habían llegado de la imprenta.
La diferencia de 4.000 millones entre las dos bóvedas estimuló aún más la codicia de los ladrones, motivándolos a aplicarle el lanzallamas a la bóveda de dinero sin emitir. Aquello fue lo que trazó el siguiente capítulo de la trama.
En efecto, el Banco de la República publicó los números de serie de los billetes hurtados e informó que no tenían validez pues no habían sido formalmente emitidos.
Estando en Valledupar me enteré de esta decisión y le manifesté al vicefiscal que no estaba de acuerdo, pues ello conduciría a la más absurda de las paradojas: que los ciudadanos llegaran a tener en su bolsillo dos billetes de la misma denominación, idénticos en su diseño, pero uno con valor por haber sido emitido en Bogotá, por ejemplo, y otro sin valor por haber sido robado en Valledupar.
Esto, de una parte, hacía que se perdiera la confianza del público en la moneda, y de otra, afectaba sensiblemente los ingresos de una inmensa cantidad de ciudadanos, muchos de ellos de escasos recursos económicos, que habían recibido en los primeros días y de buena fe algunos de estos billetes.
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Es necesario recordar que aquellos 24.072 millones de pesos equivaldrían en la actualidad a 160.000 millones de pesos y que estaban compuestos por billetes de denominaciones de $2000, $5000 y $10.000, este último el de mayor valor de la época.
Por fortuna, a los pocos días y tras varias reuniones de alto gobierno en las que participó Adolfo Salamanca, el Banco de la República valoró los factores de confianza en su moneda y de buena fe de los tenedores.
Producto de los análisis echó para atrás la decisión y en su lugar optó por recibir en sus ventanillas los billetes “vallenatos”, tomar los datos de sus tenedores y cambiarlos únicamente a aquellos cuya buena fe no resultara desvirtuada.
Recuerdo las palabras de Salamanca aquel día: “Daniel, triunfó su tesis”.
Este mecanismo, sin afectar a los ciudadanos inocentes a quienes había que privilegiar, alertó a las personas de bien y evidentemente perjudicó a los delincuentes, pues los obligó a ocultarlos, tratar de alterar sus números de serie, o venderlos a menor precio.
También les impidió convertirlos con tranquilidad en activos, servicios o bienes de consumo y contribuyó a su identificación y captura.
Es necesario tener presente que apenas ocho meses después, el 6 de junio de 1995, se consagró por vez primera en Colombia –mediante la Ley 190– el delito de lavado de activos como una figura ampliada de la receptación y que apenas hasta el 19 de diciembre de 1996, dos años después con la Ley 333, se consagró la extinción de dominio.
Así las cosas, con este procedimiento de cambio selectivo de manera pionera e imaginativa, a falta de recursos legales extraordinarios como los señalados, se dificultó el lavado del botín y se atajó el fácil enriquecimiento de los delincuentes.
Para terminar una anécdota: el cabecilla de la banda, Jaime Bonilla Esquivel, se entregó con un costal en el que había doscientos millones de pesos.
Previamente Bonilla había llamado a Adolfo Salamanca para decirle que quería entregarse, pero que para garantizar su seguridad debería ir él personalmente a recogerlo.
Aquel día alertamos al Banco de la República y le pedimos que nos asignara uno de sus camiones blindados, el cual salió de la Fiscalía en la caravana del vicefiscal al lugar del encuentro.
Bonilla se subió al automóvil del vicefiscal, Salamanca me entregó el costal y salió rumbo a la Fiscalía a formalizar la captura. Yo subí el costal al camión blindado y me fui a entregarlo a la sede principal del Banco de la República.
Le mostré luego el recibo a Salamanca y se lo entregué al fiscal del caso. Pensándolo bien he debido conservar una copia. Extrañé la ausencia de este capítulo en la serie de Netflix.